Guerra Fría que, bajo parámetros ya conocidos, alude pues a la lucha por el liderazgo africano entre las grandes potencias geopolíticas foráneas y sus seguidores. Una guerra en la que, al margen de ideologías, se enfrentan ahora las democracias liberales occidentales y los regímenes autocráticos o dictatoriales africanos.
Actores en la nueva ‘Guerra Fría’ africana
En suma, una Guerra Fría en la que EEUU, China, Rusia y la UE están relanzando una ofensiva, antes un tanto abandonada, para reforzar lazos y buscar nuevas alianzas con el continente africano bajo el peso de la guerra de Ucrania.
El primero, EEUU, a través del aumento de las visitas de miembros de su administración a una docena de países durante los cuatro primeros meses de 2023 (a la espera de la visita del actual presidente Joe Biden), así como la realización del II Encuentro EEUU-África en la Casa Blanca el 13 de diciembre de 2023, en el que se reunieron 49 líderes africanos, y, asimismo, por medio de ayudas económicas por valor de 100 millones de dólares para combatir la violencia yihadista en Benín, Costa de Marfil, Guinea y Ghana, así como en Etiopía para ayuda humanitaria con 331 millones.
Por parte del segundo, China, con actividades más selectivas ante la incapacidad de algunos países africanos de asumir la deuda contraída, con las visitas de su ministro de Exteriores, Quin Gang, a Etiopía, Gabón, Angola, Benín y Egipto.
Por parte del tercero, Rusia, que mantiene estrechas relaciones comerciales con la República Centroafricana, donde cuenta con 13 bases, Sudáfrica, Sudán, Zimbabue y Mali, realzadas con la guerra en Ucrania, está tratando de renovar sus relaciones desde el 2015, con las visitas de su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, inicialmente a Sudáfrica, Angola y Swazilandia, y luego a Mali, Mauritania y Sudán, y, asimismo, con la II Cumbre Rusia-África celebrada en julio en San Petersburgo (la primera se celebró en 2019 con la presencia de 43 líderes africanos) en la que se anunciaron pactos militares con más de cuarenta países africanos a los que suministraron armas y equipos de defensa (gratuitos, en parte), amén del envío de cereales sin coste alguno.
Lo que ha servido a algunos países africanos como Mali, Burkina Faso y Níger, para, con el apoyo ruso, definido en conversaciones privadas entre Putin y los presidentes de aquellos países, renunciar a la cooperación francesa y, tras la expulsión de sus fuerzas y de otras aliadas, la conformación de la Alianza de Estados del Sahel.
Y por parte del cuarto, Europa, cabe destacar la visita del presidente francés Emmanuel Macron al Congo, Gabón y Angola; de la ministra de interior británica, Suella Braverman, a Ruanda; de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, a Argelia y Libia, y, más tarde a Etiopía.
Guerra Fría a en la que hay también con contar con Turquía (actualmente muy presente en el conflicto libio en el que también participan mercenarios en África); país que participo en la misión militar de la ONU en Mali y en la República Centroafricana, ahora prorrogada, contra el yihadismo (yihadismo fuera de control desde más de una década), y sigue participando aún con tropas en Libia y en Somalia (con entrenamiento al ejército somalí), y que, en la actualidad, muestra interés en expandirse por el continente africano en la base del interés económico con, amén de sus ventas de armas, la apertura de mercados de obra pública e intercambios comerciales; expansión que Turquía aprovecha para aquella de su neoislamismo.
Guerra Fría que, también, está siendo acompañada en la actualidad por el interés iraní en el Magreb y África Occidental, aprovechando el sentimiento antioccidental creciente; interés basado en las oportunidades económicas y la creación de una base presencial.
Así en el Magreb, se está definiendo un nuevo eje norteafricano frente a Marruecos (próximo a los EEUU e Israel) constituido por Irán con Rusia, Argelia, Túnez y Mali, eje denunciado por los sunnitas (la mayoría musulmana iraní es chiita) solidarios con Marruecos por el apoyo prestado (junto a Hezbolá) al Frente Polisario; de ahí que un comité interministerial árabe, constituido por Arabia Saudí, Emiratos, Bahréin y Egipto haya mostrado su solidaridad con Marruecos frente a la injerencia iraní y la de su partido Hezbolá.
Y también con la política activa de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) en el Cuerno de África, con presencia creciente en Sudán, Eritrea, Somalia y Yibuti; unos emiratos que, al margen de estar interesados en la defensa de sus actividades económicas y comerciales, se preocupa por la actividad terrorista y por los musulmanes de dicha región, así como por los de Qatar y Arabia Saudí.
Mercenarios en África: la participación concreta rusa
Guerra Fría, sin que los africanos la quieran, en la que no sólo se enfrentan en una lucha geopolítica para ganar influencia en el continente, los EEUU, que, en la actualidad, acusa a Rusia de explotar los recursos africanos de su interés (oro maliense y burkinés, uranio nigerino, diamantes, petróleo…) para financiar la guerra en Ucrania, sino también Rusia, ambos con sus respectivos aliados; recursos fuente también de financiación de los grupos terroristas.
Guerra en la que también habrá que contar con China, país que actúa con una vía más civil que militar, mientras que Rusia trabaja más en el ámbito geopolítico de influencia apoyándose en el grupo de mercenarios Wagner, ahora, con las fuerzas en sustitución tras la muerte de su líder Prigozhin, denominadas África Corps, ligadas al Ministerio de Defensa ruso, con el ofrecimiento de seguridad, la venta de armas y la instalación de bases militares a cambio de la explotación y el comercio de materias primas.
Planteamiento y debate que seguramente se verá alterado ante el nuevo escenario propiciado por EEUU al dar prioridad, en esa nueva y actual Guerra Fría, al conflicto armado entre Rusia y Ucrania, al desarrollo con “dinero, inversiones y refuerzos militares” en el Sahel, a fin de evitar que Rusia, de la mano de militares y de mercenarios en África, como aquellos del Grupo Wagner, ya presente en varios países “estrechen (como están haciendo) su amistad con los generales y juntas militares de dichos países”, cambiando seguridad por licencias para explotar sus recursos naturales (lo que hace pensar en un nuevo colonialismo negado por los países africanos en los que interviene), y más en un momento en el que Rusia está sujeta a diversas sanciones económicas internacionales por la guerra en Ucrania. Juntas que han felicitado a Putin por haber sido reelegido como presidente de Rusia con el 87% de los votos.
Así, Rusia, en esa Guerra Fría, está aprovechando todas las situaciones a su favor para “agrandar su presencia en el Sahel”, y con otros países africanos (en el inicio: Sudán, Libia, Burkina Faso y República Centroafricana con centenares de asesores), siendo ya más de 40 los que reciben formación, asesoramiento y formación militar bajo acuerdos firmados de cooperación militar con el Kremlin o con alguna compañía privada rusa de seguridad.
Al tiempo, extiende también su hacer con el establecimiento de vínculos comerciales y la construcción de todo tipo de infraestructuras. Caso, por ejemplo, de Níger, país con el que Rusia ha establecido recientemente, a finales de enero de 2024, acuerdos para estrechar relaciones en materia de seguridad al objeto de aumentar la preparación para el combate de sus militares para luchar contra el yihadismo, al igual que aquellos establecidos, con anterioridad, con Mali y Burkina Faso, tras expulsar a las fuerzas francesas.
Rusia extiende también, como contrapartida, más allá de la cooperación militar, sus actividades comerciales, tanto en la transformación de sus reservas minerales (firma reciente con Mali para la construcción de una refinería de oro, la mayor de África Occidental), como en el sector energético (en este caso concreto, tras el VI Foro de la Semana Rusa de la Energía, en octubre, se firmaron acuerdos con Mali y Burkina Faso para el desarrollo de energía nuclear a través de la Empresa Estatal de Energía Atómica Rosatom).
En ese contexto, no extraña pues que, en el texto de la Delegación de la UE dirigido a la Unión Africana (UA), se señale a Moscú, bajo la observación de su creciente influencia apoyada en Wagner, como los salvadores del continente africano, y que, en el mismo se diga que se “está perdiendo la batalla de los corazones y las mentes en África en lo referido a la guerra”.
Así pues, se cree que Rusia, bajo su constante presión, va ganando influencia y aliados en el continente africano y que el Sahel está ya en manos de Moscú, presentándose Rusia como su liberador, gracias al abandono de la UE y EEUU y al terreno allanado ante tal abandono por las alianzas de China y Turquía con diversos países africanos. En la base, las relaciones de Europa con África que vienen desde antiguo marcadas por su pasado colonialista, mientras que Rusia activa su postura anticolonialista. Influencia y aliados que el Kremlin precisa tras el aislamiento que sufre por su guerra en Ucrania.
En esa situación, Europa, defenestrada del continente africano, parece que intenta, en inicio, recuperar, sin que sea de momento algo definitivo, su antigua posición de poder, a través de la ocupación del vacío creado por el Gobierno italiano de Giorgia Meloni, mediante un plan de cooperación y desarrollo en África (plan estructural planteado en la cumbre Italia-África celebrada recientemente en Roma) al objeto de reducir el número de inmigrantes a su país (y de allí a Europa; el verdadero objetivo), diversificar las fuentes de energía y establecer una nueva relación entre Europa y el continente africano (plan, denominado «Enrique Mattei», dotado inicialmente con 5.500 millones de euros), para crear empleos y oportunidades a los africanos en sus países de origen cubriendo áreas tales como la educación, atención médica, agua, saneamiento, agricultura e infraestructura energética. Plan criticado por la UA al no haber sido consultado previamente (¿huele a neocolonialismo, a pesar de pretender ser una cooperación entre iguales?). Intención clara pues de reforzar el peso de Italia, punta de lanza ahora para Europa (con el beneplácito de la UE), con el establecimiento en Níger de una base militar (250 soldados), el único contingente militar europeo en el continente africano (actuación en el frente militar).
Una Guerra Fría pues, en la que, en su conjunto, todos los países sahelianos y algunos fuera de tal región, calientan, con su violencia interna, para los africanos especialmente debida a conflictos interétnicos, sociales de todo tipo, golpes de Estado (entre 2020 y 2022 siete, todos legitimados por Rusia), expulsiones de fuerzas foráneas y su sustitución por apoyos rusos u otros mercenarios afines…
La presencia de mercenarios en África. Los nuevos protagonistas
Así, en la totalidad de los países sahelianos encontramos violencia política, social, étnica, y, en algún caso religiosa, violencia del crimen común y organizado (actuando en los tres comercios: de personas, de armas y de drogas), y violencia yihadista, a la que hay que sumar, en algunos casos, aquella generada por las mismas fuerzas que combaten y se defienden de las anteriores, mercenarias entre ellas, extralimitándose en sus funciones cometiendo todo tipo de abusos.
Violencia, sobre todo la yihadista que, considerada prioritaria sobre las demás existentes por parte de las fuerzas nacionales (militares y policiales), milicias locales o unidades de autodefensa, y fuerzas foráneas en apoyo, entre ellas grupos mercenarios en África de diversa factura que, como empresas privadas de seguridad son contratadas por los gobiernos, muchos dictaduras o con carácter dictatorial, a los que ofrecen, amen de su protección a los gobernantes como guardia pretoriana frente a enemigos internos, la venta de armas y su mantenimiento, asesoramiento y formación/instrucción militar y su participación en operaciones de seguridad, a cambio, generalmente, de licencias y concesiones para explotar recursos naturales.
Empresas que actúan jurisdiccionalmente fuera de su país de origen y de aquel que los contrata (a veces como refuerzo contra sus enemigos políticos, contra los enemigos yihadistas u otros), por lo tanto, privatizando la guerra, fuera del derecho internacional.
Son países que cuentan, en general, con un Estado debilitado, fragilizado por las circunstancias aludidas y con muchas dificultades para salir de ellas. Países, entre los cuales, según la ONU y el Fondo por la Paz (estudio que se viene realizando desde 2005), se han convertido ya en Estados colapsados e incluso en Estados débiles, inestables o fallidos.
Unos Estados corruptos, injustos e incapaces de proporcionar a su población los servicios básicos y la seguridad necesaria, caso, entre el 2020 y 2021, en situación de alerta: Etiopía, Nigeria, Eritrea, Níger y Mali; en gran alerta: Sudán y Chad; y en alerta máxima: Somalia y Sudán del Sur. Países que, ante las situaciones aludidas, conforman el vacío de poder saheliano que aprovechan los yihadistas (rigoristas fanáticos dentro del islam africano) para su expansión territorial.
Situación acentuada ahora con la intervención ucraniana, desvelada a primeros de febrero, contra Wagner/Rusia, en Sudán (desmentida por Kiev), siguiendo la intención del presidente Volodimir Zelenski de incrementar su presencia en África para dificultar la presencia rusa en aumento en el continente (¿nuevo escenario bélico del conflicto en Europa?); en concreto con la intervención del grupo de fuerzas especiales Timur perteneciente a los Servicios de Inteligencia del Ministerio de Defensa ucraniano (GUR).
Fuerzas ucranianas que, caso de continuar con su belicismo africano, se han de enfrentar, ya no a los mercenarios de Wagner, sino a las fuerzas del África Corps bajo la dirección del Ministerio de Defensa ruso, que las sustituyen, con aumento previsible de efectivos, tras la muerte de Yevgueni Prigozhin.
A tener en cuenta, asimismo, la guerra Israel-Hamás en la franja de Gaza, como motivo posible para acentuar en África, y no sólo, la respuesta de la amenaza yihadista, lo que puede conllevar por parte de los gobiernos sahelianos a contratar nuevas fuerzas mercenarias para atender a su seguridad.
Mercenarios en África que, integrados en el desarrollo, como manu militari (algo nuevo respecto a la anterior Guerra Fría global) de la actual situación africana, sustituyen a las fuerzas regulares rusas que no quieren un enfrentamiento abierto con fuerzas de la OTAN u otras occidentales en el continente africano, pero que, sin embargo, proporcionan información e inteligencia, amén de apoyo logístico-económico, a Moscú en defensa de sus intereses.
Mercenarios que forman parte de una solución que no gusta a las fuerzas militares occidentales pero que es viable para aquellos países africanos, con fuerzas no entrenadas ni armadas al caso, sobre todo por parte de aquellos celosos de su soberanía.
Hay que tener en consideración que por África han pasado, en los últimos 60 años, mercenarios franceses, británicos, israelíes, estadounidenses… y, entre ellos, los mercenarios rusos de Wagner y otros, también rusos, sin tanta organización, todos financiados por Rusia, en al menos una decena de países africanos, desde Libia a Madagascar, lo que se considera un esfuerzo ruso por ganar influencia geoestratégica y aliados en el continente africano.
Asimismo, los turcos en Libia (junto a su apoyo logístico); los propios de la empresa sudafricana Dyck Advisory Group (DAG) en Mozambique; los de la empresa Specialises Task, Training, Equipment and Protection (STTEP) en Nigeria contra Boko Haram; o el Batallón de Intervención Rápida (BIR) en el Camerún, creado con apoyo de la iniciativa privada israelí.
Y también en la actualidad, con la presencia, tras su experiencia previa en Somalia de haber entrenado a soldado ugandeses y burundeses de la Misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM, ahora ALMIS), y haber formado a la Brigada Danab para combatir al grupo terrorista Al Shabab; y aquella del grupo privado (eufemismo para negar que son mercenarios a sueldo) de seguridad estadounidense, Bancroft Global Development, en la República Centroafricana, bajo su ofrecimiento de seguridad y entrenamiento de fuerzas centroafricanas al presidente Faustin-Archange Touadéra (asunto negado por el Departamento de Estado norteamericano). Empresa, antes dedicada a la limpieza de minas antipersona y, ahora, en competición directa con Wagner en la privatización de los conflictos bélicos africanos al margen de las leyes internacionales, con el Departamento de Estado de EEUU como principal contribuyente; lo que no deja de ser un enfrentamiento indirecto, dentro de una guerra privada con el respaldo de Rusia y EEUU.
Grupos de mercenarios en África que, con sus elevados sueldos, minan la moral de las fuerzas nacionales, peor pagadas, a cuyo lado actúan, y que, al no estar sujetos como las fuerzas occidentales a las leyes de la guerra combatiendo bien como fuerzas regulares, milicias o irregulares, han sido en algún caso acusadas por Amnistía Internacional de abuso de los derechos humanos en atención a la violencia indiscriminada ejercida contra la sociedad civil (con asesinatos masivos, torturas y violaciones) acompañando o no en ella, las fuerzas nacionales, en operaciones mixtas, del país al que apoyan, tal y como ha denunciado la ONG Human Rights Watch (HRW).
Son grupos que aún no han demostrado su eficacia contra el yihadismo, formando parte del operativo del frente militar que lucha contra las actividades de aquellos y sus efectos, en el flanco o frente sur europeo, sustituyendo, en su caso, a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado junto a sus Servicios de Información/Inteligencia.
Así, en el caso que nos ocupa, hay que contar, amén de las fuerzas propias africanas y algunas foráneas, con la acción de mercenarios contratados por cada país afectado, aquellos que, a pesar de su soberanismo, destacan por su precariedad y la falta de formación en el combate a las milicias terroristas.
Frente pues en el que se determinan las acciones ejecutivas contra los terroristas (acciones de aplicación a corto, medio y largo plazo) teniendo en cuenta que están en constante evolución al compás de los cambios de su estructura, formas de acción, técnicas y procedimientos del grupo terrorista de que se trate.
Finalmente, hay que tener en cuenta que se puede equipar y adiestrar a un ejército o fuerza policial para luchar contra el terrorismo, pero si no se logra un compromiso de lucha acompañado de una fuerte determinación o moral de combate frente al enemigo, lo que no aportan los mercenarios en África, faltos de ideología, al margen de su propio interés y aquel del país origen (enemigo al que se le sigue teniendo miedo, en algún caso procedente de amenazas a sus familias), no se habrá logrado nada, y más teniendo en cuenta que en el futuro, más o menos próximo, tales fuerzas tendrán, en algún momento, que combatir solas, y más aún si se permite la corrupción en su seno y si el gobierno de turno miente sobre la entidad real de las mismas y sus actividades.
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